Lo mejor de la adolescencia son los besos. Besos sin más, de esos maratónicos, si son escondidos tanto mejor, que te ponen la piel de gallina. Más adelante, ya uno se complica y los besos se pierden en “besos y algo más…” o más triste, se vuelven “preámbulo al sexo” en vez de ser lo que en realidad son: un placer en sí mismos.
Los besos son maravillosos porque no nos complican: se pueden dar en cualquier lugar, son socialmente aceptables, no necesitamos ninguna parafernalia y pueden ser tan apasionados, tiernos, sensuales, largos o cortos como queramos. Podemos transmitir todo tipo de mensajes y emociones con ellos.
Por eso es una lástima que, con el tiempo, los besos y la práctica de besarnos a como se debe se pierde. Me impresiona la cantidad de adultos emparejados que llegan a mi consulta que nunca se dan un beso de adultos, como dios manda, con lengua, largos, apasionados, mojados, de esos que te quitan el aliento y te dejan con ganas de más. Algunos incluso tienen sexo, pero se dan un par de besos, si acaso, sólo por cumplir con el requisito.
En vez de los buenos besos, la mayoría de los adultos que veo besándose se limitan a darse esos besos “de gallina”, de picos. Y no es que sea malo, pero mi observación es que la mayoría de esos besos se dan casi que por costumbre, para saludarse, pero sin ninguna intención. Son solo un requisito y esos son los peores besos.